En medio año se celebrarán elecciones en Baleares, y desde esta semana ya todo es campaña. Tras los terremotos en el sistema político español causados por la crisis y la corrupción uno podría haber esperado que los grandes partidos caídos en desgracia se esforzaran en renovarse. Los acontecimientos de los últimos días, sin embargo, hacen temer lo peor.

Por un lado, ahí están las decrépitas y jerárquicas estructuras de los partidos y su incapacidad de mantener el contacto con los ciudadanos de a pie. Un buen ejemplo de ello son los juegos de poder dentro del PP, donde el jefe del partido y candidato a la reelección como presidente de Baleares, José Ramón Bauzá, ha acosado y derribado a Mateo Isern. Aunque el alcalde de Palma, a partir de ahora, ya no será un peligro para Bauzá, se trata de una victoria pírrica. Sin Isern puede que tenga un problema en el interior del partido menos, pero al mismo tiempo ha perdido a un candidato que - al contrario de lo que sucede con Bauzá - conecta muy bien con la ciudadanía.

Tampoco una reforma fiscal anunciada a toda prisa antes de las elecciones es una política seria. En un giro de 180 grados, se reducen impuestos que se acababan de aumentar o incluso introducir. Se trata de una maniobra electoralista más que burda. Habrá que ver qué es lo que queda de ella después de las elecciones.

También los sondeos partidistas de cara a posibles futuras coaliciones dejan una desafortunada sensación de déja vu. Parece ser que, una vez más, solo quedará la elección entre un PP resistente al diálogo e incapaz de gobernar en coalición y el inestable ámbito de los partidos de izquierda, desordenado aún más por la pujanza de Podemos. El saliente Isern, con su llamamiento a más cultura política, parece una voz solitaria en el desierto. Las palabras del alcalde, que ha destacado más por sus habilidades de gestión que por su visión política, no serían un mal propósito para la campaña electoral.