El año 2014 amenaza con ser el más caluroso de la historia ha dicho ­Christiana Figueres, secretaria ejecutiva de las Naciones Unidas, en la inauguración de la Cumbre del Clima que estos días se celebra en Lima. Allí se ha de preparar - esta vez de verdad - un acuerdo global para la protección del clima. No hay duda de que para ello es necesario que los más de 190 países representados en la Cumbre tiren de la misma cuerda. Sin embargo, es también un buen momento para acordarnos de qué tan local es este tema en ­apariencia abstracto. El cambio climático y el calentamiento del planeta no solo amenazan algunas lejanas islas en Oceanía cuyo destino solemos ignorar. También cambiarán de manera sustancial la vida cotidiana en los Andes peruanos, en la costa holandesa y en Mallorca.

Desde ya, los agricultores de la isla luchan con los ardientes veranos y los cálidos inviernos. Los puertos sentirán la ­subida del nivel de mar. Y nadie duda de que la reducción de las playas o el final de los almendros en flor tendrán también repercusiones en el turismo.

¿No es un buen momento, por tanto, de barrer hacia casa en vez de limitarnos a señalar con el dedo a los grandes pecadores del clima EEUU y China y decir: mientras que ellos no hagan nada, de nada sirve esforzarnos? Puede que suene a pedantería, pero sí, serviría, por ejemplo si finalmente Mallorca apostase por la energía solar, por el reciclaje, por la movilidad eléctrica. En vez de ello, se queman en cantidades industriales los residuos y se estudia la extracción de petróleo. Es cosa de la política, se dirá. ¿Pero también tenemos excusa a la hora de recorrer hasta las distancias más nimias en coche? ¿De salir del supermercado con un sinfín de bolsas de plástico? ¿De poner el aire acondicionado a tope en verano? ¿De tirar generosamente de calefacción en invierno en vez de renovar las ventanas? ¿De dejar encendida todas las noches la luz en la oficina? Probablemente no. Quiere decir: ¡comencemos a pequeña escala!