De compras a Mallorca: es éste un reclamo frecuente en la época prenavideña; aerolíneas y turoperadores suelen publicitar Palma como paraíso comercial. Los visitantes cortejados de esta manera acaban comprando también en Zara y H&M, pero lo que sobre todo les hace ilusión son los pequeños negocios del casco antiguo. Porque por lo demás también hubiesen podido pasarse por el centro comercial de su casa, donde se encuentran las mismas marcas.

Así como los clientes acuden a ambos tipos de negocio, tampoco se ha de recargar ideológicamente el debate entre el comercio tradicional y las grandes cadenas, con la izquierda, de un lado, despotricando contra el avance del capital internacional y la derecha, por el otro, bendiciendo casi todo en nombre de la recuperación económica. No se trata de una disyuntiva entre esto y aquello, sino de la pregunta de dónde está un equilibrio que en Mallorca se corre el peligro de perder. ­Después de que durante años se marginara a los grandes inversores, ahora se les extiende la alfombra roja. A los pequeños comerciantes, por el contrario, solo les parece quedar la puerta trasera de los poderosos.

Debería ser una señal de alarma que esté cerrando un negocio tradicional tras otro. No estamos hablando aquí de regalarles dinero a los pequeños comerciantes que se encuentran entre la espada y la pared, sino de prestarles atención. Si a los grandes de la distribución se les facilita la apertura de sus negocios y se les conceden reformas laborales y la liberalización de los horarios comerciales, igualmente se ha de

respaldar a los propietarios de los pequeños negocios. Hacerlos partícipes de las campañas de comercialización de la ciudad, asesorarlos, concederles ventajas fiscales y catalogar su herencia histórica. Y todo ello no solo por nostalgia, sino también porque el pequeño comercio es un importante empleador. Y porque, al contrario de lo que sucede con las filiales de las grandes cadenas, todo cierre de uno de estos negocios es una pérdida irrecuperable.