El Real Mallorca sigue siendo una caja de sorpresas. En un nuevo viraje -ojalá el último por mucho tiempo- el Consejo de Administración ha elegido como presidente al accionista alemán Utz Claassen. En caso de que también la ampliación de capital tenga un desenlace a su favor y su contrincante Llorenç Serra Ferrer acabe replegando velas, pasaría a controlar el club de fútbol más importante de la isla. Aunque desde hace algún tiempo se pudiera sospechar de este desenlace, hay motivos para congratular al polémico ejecutivo por ello. Nuestros respetos: desde su entrada al Real Mallorca en 2011 siempre sostuvo que se trataba de un compromiso a largo plazo. Ha cumplido su palabra. Por supuesto que había dinero invertido de por medio, que a nadie le gustar perder, pero tampoco hubiera extrañado que aun así tirara la toalla en vista de unas situaciones tan surrealistas como esperpénticas en la cúpula directiva. No lo hizo y acabó imponiéndose a los mercachifles. Es de suponer que Llorenç Serra Ferrer no era consciente en 2011 de que se traía a bordo a uno de los huesos más duros de roer en todo el panorama empresarial alemán.

En el camino, sin embargo, quedan muchos platos rotos, también atribuibles a Utz Claassen. El hípercorrecto ejecutivo, que tampoco en Alemania gozó del favor de las masas, se ha hecho más de un enemigo y ha perdido muchas simpatías en la opinión pública. Su primer gran reto, por tanto, ha de ser restaurar la confianza. El hecho de que se trate de un alemán, de momento, juega un papel secundario. De lo que se trata ahora es de salvar un club de la ruina. Las nacionalidades, en este caso, son lo de menos. De por sí la reacción de la opinión pública al hecho de que ahora ambos grandes clubes de fútbol en Mallorca sean dirigidos por alemanes ha sido alentadora por lo ecuánime. Lo cual no quiere decir que ello siga siendo así siempre: en el fútbol, aparte de un balón, están en juego sentimientos.