No sabemos hasta dónde llegara, pero no hay duda de que tendrá lugar: este domingo, España se enfrenta a una transformación política que no necesariamente hará caer el sistema partidista vigente, pero sí lo estremecerá en sus fundamentos. Y ello es una excelente noticia, no importa si uno se sitúe más a la izquierda o más a la derecha del centro. Porque demuestra que relaciones de poder supuestamente cimentadas pueden quebrantarse, que el compromiso ciudadano puede cambiar algo, que la democracia hace una diferencia. Y que la política puede ser muy apasionante. ¿Hasta qué punto acosarán Podemos y Ciudadanos a los "viejos" partidos PP, PSOE e Izquierda Unida? ¿Será que una activista contra los desahucios se convierta en alcalde de la segunda mayor ciudad española, Barcelona? ¿El Partido Popular valenciano, corrompido hasta la médula en los años de la ­especulación ­inmobiliaria, finalmente recibirá el castigo electoral que se merece? ¿Cómo se encontrarán mayorías tras la jubilación de un sistema bipartidista con apéndice izquierdista? En Baleares, ¿le alcanzarán los resultados al PP y a Ciudadanos para gobernar en coalición? ¿O, por el contrario, se podrá forjar una mayoría a la izquierda del centro? De por sí, ¿es capaz de gobernar en coalición un partido como Podemos? ¿Será que la brecha que separa a los dos grandes bloques políticos en Baleares se profundizará aún más? ¿Y no será que con otro liderazgo político, más conciliador, sí cabría pensar en una gran coalición entre los dos grandes partidos?

Ya lo veremos, el domingo a partir de las 20 horas y seguramente también en las semanas y los meses posteriores. Al fin y al cabo, este año todavía habrá elecciones en Cataluña y en todo el Estado español.

Una verdadera pena que, salvo en las municipales, no se nos permita votar a los extranjeros.