Es un hecho que los descubrimientos culinarios tengan cada vez más importancia dentro de la diversión vacacional. Practicamente todos los turistas quieren que al principio les muestren un bonito bar de tapas. Así que la idea de crear el mercado gourmet San Juan en Palma en principio es acertada. Y en otros mercados de la ciudad el concepto de comer unos bocados cuando a uno le dé gana también funciona y encima contribuye a la supervivencia del mercado. Tras la clausura de tantos sitios de venta de pescado en el Mercat de l´Olivar, los muchos lugares por ahí donde uno puede comprar Sushi y ostras garantizan más ingresos de alquiler y un ambiente muy especial que atrae en primer lugar a clientes extranjeros. También el mercado de Santa Catalina se convierte, en especial por la afluencia de nuevos residentes procedentes de todo el mundo, los fines de semana en un lugar de reunión para gente guay, que se permiten uno u otro bocado tras haber disfrutado del vermú.

Sólo con los ingresos que provienen de las compras normales de habitantes normales los mercados tendrían pro­blemas. ¿Pero no pertenece al ambiente característico de ambos mercados que los visitantes puedan escuchar la voz ronca de la vendedora de pescado mientras

vacían las ostras? O que uno, con la caña en la mano, salude al verdulero que amontona los cajones? ¿El mercado gourmet donde sólo se vende comida está a la altura de los mercados tradicionales con todo su barullo?

¿El Mercat de l´Olivar y el de Santa Catalina de veras siguen siendo auténticos? ¿No es así que las pirámides de verduras y frutas ya pertenecen a la escenificación para visitantes extranjeros? Los que deseen observar los hábitos autóctonos de los mallorquines pueden hacerlo sólo en el mercado de Pere Garau. Ahí, el carnicero con el delantal ensangrentado le suele cortar al conejo sin más la cabeza. Sin embargo, ésto es demasiada autenticidad para estómagos procedentes del norte y centro de Europa.