La burbuja Mallorca se ha pinchado, aunque solo sea un poco. Aquí el idilio isleño con la diversión en la playa, la finca de ensueño y la puesta del sol, allá la guerra, el terror y las catástrofes: en el actual debate sobre cómo actuar ante la ola de refugiados, esta división queda en entredicho. Mientras que particulares están pensando en cómo ayudar desde la isla, en algunos ayuntamientos los partidos se declaran solidarios, ofrecen alojamientos y se inmiscuyen en la política internacional.

Claro que en buena parte todo ello es mera política simbólica, tal y como la hemos visto con frecuencia en las primeras semanas del nuevo Gobierno de izquierdas en Baleares, desde las senyeras en colegios e institutos, pasando por las banderas del arco iris en el Ayuntamiento, hasta llegar a la capital balear libre de maltrato animal en la que, sin embargo, tienen lugar corridas de toro. Al nuevo Gobierno le importan los grandes temas: la igualdad de género, la variedad ­cultural, la lucha contra la pobreza, la mejora del mundo. Los debates rápidamente se agotan en apelar a aquellas otras instituciones entre cuyas competencias ahora también recae el tema de los refugiados.

Por otra parte, es igualmente evidente que es necesario presionar al Gobierno español. Si pequeñas ciudades y pueblos mallorquines se declaran dispuestos a recibir refugiados, el presidente del Gobierno español difícilmente puede argumentar que no dispone de los recursos necesarios. ¿Y es realmente legítimo discutir sobre el efecto palanca del impuesto sobre bienes inmuebles, la zona ORA o la organización de la próxima fiesta si el mundo, más allá de los límites del municipio, parece estar en llamas?

De ahí que cada uno de nosotros, antes de burlarse de los supuestos ingenuos que pretenden mejorar el mundo, haría bien en pensar qué puede hacer él. Por supuesto que la Unión Europea, los Gobiernos y las organizaciones internacionales tienen que fijar el marco para la coordinación y la urgente ayuda sobre el terreno. Pero ello no quiere decir que en la isla estemos condenados a ser solo

espectadores.