Como alguien que no está sentado en una silla de rueda, en el fondo, lo único que se sabe a ciencia cierta es que no se tiene ni idea. Sencillamente, una no ­pone atención a la cuestión de si un bar o una playa es accesible. Se es incapaz también de decir si la catedral tiene una entrada habilitada para discapacitados o no. Y se ignora qué recomendar cuando a una se le pregunta por un pueblo que pueda ser visitado sin problemas por una persona de movilidad reducida, da igual si vive aquí o si viene como turista.

Mallorca no tiene por qué convertirse en accesible hasta en la última cala, esto probablemente no lo esperarán ni siquiera los que están en sillas de ruedas. Lo que en la isla sí es posible, sin embargo (y también lo que todavía no lo es) se ha de poder averiguar sin mayores complicaciones. Hasta ahora ni siquiera existe una lista unificada de playas y alojamientos accesibles. Para una isla turística, que ­constantemente ­busca atraer nuevos visitantes, preferentemente en la temporada baja, esto es inconcebible. Y ello pese a que en los últimos años se ha avanzado mucho en este tema. En la lista de prioridades de los políticos debería estar muy arriba cerrar este vacío informativo. Un catálogo que incorpore a todos los alojamientos, restaurantes y atracciones, tal y como lo propone el número dos del Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS) sería un buen comienzo. Pero habría aún muchas más posibilidades. Si Palma ya cuenta con un concejal para temas equidad, también podría iniciar un proyecto como el "Wheelmap" alemán: un mapa ­online en el que están marcados bares, museos, tiendas, pero también, por ejemplo, guarderías o parques infantiles. Tanto los mallorquines como los turistas de movilidad reducida no solo se lo agradecerían, sino que podrían enriquecer esta plataforma con sus conocimientos.

¿Ya se ha intentado con el ciclismo, con el golf, con la cultura, con los spa - por qué Mallorca no intenta también hacerse un nombre como un destino accesible?