El martes pasado el presidente Mariano Rajoy tuvo que dejarse explicar la constitución por un presentador de radio. Los catalanes ya por ley no podrían perder la nacionalidad española si la región se hace independiente, le explicó el periodista. El presidente no lo sabía. Fue un nuevo momento bajo en en un debate marcado por mentiras, falsas promesas e ignorancia. Hace poco el ex-presidente Felipe González comparó el movimiento pro-independentista con la Alemania nazi. Una comparación nazi ni en internet está bien vista. Se está demostrando que fatal es la táctica de los partidos unionistas. "No porque no" no es un argumento. En lugar de explicarles a los catalanes las ventajas que tiene una España unida para ellos, hay amenazas, insultos y prohibiciones. España se comporta como un tío que pega a su mujer pero le niega el divorcio porque "pertenecemos juntos". Los partidarios políticos de la independencia en cambio, con pocas excepciones, no han presentado una visión de lo que debe de pasar después de lograr su meta. ¿Cuál es esta Cataluña que quieren construir? Es una pregunta social con muchas mas dimensiones a la de en que liga jugará el FC Barcelona. Esta falta de visión es negligente. Independencia por ella misma es un engaño. El proceso hacia la independencia debería ser guiado por concretas propuestas políticas y no por sentimientos románticos. España en este momento es un cenicero cultural, lleno de potencial esfumado. El país debe reinventarse. Como una nación de muchas naciones, que valora y fomenta su diversidad en vez de oprimirla. Como país que intenta conseguir un equilibrio financiero justo entre las regiones. Las Baleares sacarían provecho de un país así, igual que Cataluña. Un país así podría afrontar con serenidad un posible referendum. Conceder el derecho a decidir. En un país así un movimiento independentista no tendría ningún potencial.