La sensación que causa mirar hacia Alemania en estas últimas semanas se parece un poco a la sensación que uno siempre tiene si se mira hacia Estados Unidos con determinadas noticias. Espanto por los acontecimientos de la Nochevieja. Consternación por la manera cómo los

infames ataques se instrumentalizan desde el punto de vista racista. Por cómo se recomienda a las mujeres tener un poco de cuidado en cómo andan por ahí. Como si solo magrebíes y árabes fueran capaces del acoso sexual (en el caso de Donald Trump en los Estados Unidos el equivalente serían los mexicanos) y como si el único culpable de una violación no fuese siempre el violador.

También en Mallorca se debaten los acontecimientos de Colonia. Muchas veces con los mismos argumentos. Y eso que aquí hay suficiente material local de qué preocuparse. Mientras que las fotos manacoríes de "dimoni se cruza con mujer rubia" (pág. 64) todavía se pueden calificar

como fantasías de un viejo verde que no solo por su sexismo sino también por su pésima y vergonzosa calidad fotográfica nunca deberían haber sido publicadas, Loreto Amorós (pag. 19) se enfrenta a contrincantes de otra calaña. La bloguera recibe cada día a través de las redes sociales una cantitad difícil de creer de insultos, propuestas sexuales y pretensiones de violarla. Ojalá sea innecesario mencionar que no es la única mujer que sufre este acoso. Y que tampoco tiene que ver con que escriba sobre sexo (aquí aplica el mismo principio de la minifalda en el mundo "real"). Los remitentes, con bastante probabilidad, no son ni hombres magrebíes ni árabes ni mexicanos. A veces son incluso mujeres. El sexismo y la violencia sexista son una lacra social que también se extiende por nuestro "buen" mundo blanco y cristiano. Y el problema son los hombres machistas que atacan a las mujeres de manera verbal y física. No los hombres en general ni los refugiados ni los usuarios de Internet ni los mexicanos ni los musulmanes y, en este caso, ni tan siquiera Donald Trump.