Los que hayan perdido la cuenta de tantos escándalos de corrupción en Mallorca y en España y cambien de canal o pasen página cuando se habla de un nuevo registro domiciliario o de la enésima cita judicial, no están solos: A muchos les sucede igual. Son historias sabidas,y el hecho de que muchos políticos en los últimos años no se hayan tomado muy a pecho el tema de la honradez ya no es noticia.

Y, sin embargo, merece la pena fijarse en los últimos acontecimientos: la catarsis por la que está atravesando España se está acercando a su clímax. En el juicio con probablemente mayor valor simbólico -el caso Nóos en Palma-, después de tanta especulación y tantas condenas anticipadas, se están poniendo sobre la mesa los hechos. De manera meticulosa se está abordando lo que ha fallado en la actividad política. La estrategia de la fiscalía da resultados y varios acusados están confesando para quizás así lograr aunque sea la libertad ­condicional. Hasta el expresidente Jaume Matas, que ya lleva dos condenas por corrupción, ha dejado su altivez y ha asumido errores. Casi igual de espectacular resulta lo que está sucediendo con los escándalos en el Consell Insular: también aquí, la antes todopoderosa presidenta Maria Antònia Munar parece dispuesta a negociar un pacto con la fiscalía. Y asimismo está cambiando la manera de tratar los escándalos a nivel nacional. Bajo la presión de los nuevos partidos ya no basta con aguantar el tirón. Con su dimisión, la presidenta del Partido Popular de Madrid, Esperanza Aguirre, acaba de asumir una responsabilidad -política- en el escándalo de financiación de su partido.

La catarsis duele, pero es necesaria para volver a empezar desde cero en la política. Quién no quiera seguir observándola, debería volver a prestar atención a más tardar cuando los jueces dicten sentencia. Solo entonces estará claro cuáles nombres se deberán borrar de las placas conmemorativas y quién debería tener una oportunidad real de ser rehabilitado en la sociedad..