Entre las ciudades destruidas por las bombas en Siria, de una parte, y las 120 toneladas de ayuda humanitaria recogidas para los refugiados en Inca, de la otra, se distingue toda la variedad de contraposiciones de esta crisis humanitaria que acecha a Europa y la divide en bandos cada vez más enemistados. Si no fuera tan trágico y no se tratara de personas realmente amenazadas, cabría sonreir ante cómo la regidora de Inca no midió bien las consecuencias de su iniciativa (pág. 12).

En Alemania, despúes de la primera euforia de la llamada cultura de bienvenida, se ven hace tiempo síntomas de fatiga. Unos no quieren acoger a los refugiados, otros rechazan el giro político y social a la derecha. Que entre ambos bandos todavía tenga lugar un verdadero, productivo debate es dudoso. Lo que queda en la mayoría de las veces es impotencia.

En España, la situación es distinta en muchos aspectos. Mientras que los electores en muchos países de la UE mandan partidos de la ultraderecha a los parlamentos, en España han sido Podemos y Ciudadanos, partidos de la izquierda y del centro, que sacudieron el sistema político establecido. Al mismo tiempo, España ni siquiera ha acogido a una veintena de refugiados, y Mallorca ninguno, pese a estar preparados desde hace tiempo.

Y eso que los españoles muestran mucha solidaridad con los refugiados. El hecho de que el entusiasmo -como ahora en Inca- de manera casi grotesca resulte inocuo, no es la culpa de los donantes. Aquí ha fracasado la política, aunque a escala pequeña y sin consecuencias

dramáticas. A escala mayor, la UE ha cerrado un acuerdo con Turquía que infringe muchas convenciones y valores y tiene drásticas consecuencias.

"La crisis es aquel estado incierto en el que se debe decidir algo: muerte o vida - sí o no", decía el escrito alemán Kurt Tucholsky. En los redes sociales, está triunfando un juego de palabras: vergUEnza.