La recepción no podría ser más distinta. A los hasta 20 refugiados que finalmente han encontrado un albergue en la Playa de Palma se les esperaba desde hace meses. Los ayuntamientos ofrecían acogerlos y los particulares ayudarles en la vida cotidiana. Una comisión del Govern balear elaboró un protocolo de cómo ayudar a los refugiados a través de varias etapas, desde la atención a su llegada hasta la ayuda para que en su nuevo país puedan llevar una vida independiente, con voluntarios impartiendo cursos de idioma. En Alemania, a esto se le llamaría

Willkommenskultur, cultura de bienvenida.

Muy diferente es el trato dado a los siete inmigrantes procedentes de Argelia que no llegaron a la isla en avión sino en una lancha y que fueron detenidos a inicios de la semana en la costa sur de Mallorca. Aquí el protocolo prevé que tras su identificación se les traslade a un centro de extranjeros en la Península para que luego sean expulsado s a sus países de origen. La diferencia entre ambos grupos, a primera vista, es evidente: unos huyeron de la guerra en Siria, otros de la miseria económica en África. Los unos son refugiados políticos y tienen opciones de obtener asilo, los otros se encuentran de manera ilegal en España. Pero esto es una distinción simplista: en el nuevo albergue en la Playa de Palma están también ucranianos, albanos y venezolanos, todos ellos con sus historias personales que las autoridades habrán de examinar. Al igual que a los que huyen de África no se les puede pasar por el mismo rasero.

La ola de refugiados solo llega de manera casi imperceptible a Mallorca. La isla está alejada de las grandes rutas desde que los que abandonan África ya no lo hacen dirigiéndose al sur de España, sino que más bien huyen a Europa a través de Libia. El que uno o dos veces al año una patera de refugiados alcance Mallorca casi no es noticia. Y eso que puede que también ellos sean seres humanos sumidos en la

desesperación.