Al menos este problema, para variar, no se le puede achacar a los muchos turistas. La capital balear Palma está cada vez más sucia (pág. 7). En especial en los barrios menos turísticos en cada segunda esquina se acumulan enseres domésticos, brotan las bolsas de la basura de los contenedores y lucen cada vez más sucios los andenes. Y todo ello en lo más álgido del verano. De la limpieza es responsable la entidad pública Emaya, presidida por la concejal Neus Truyol, del partido de izquierdas Més.

La situación ha empeorado notablemente desde que Truyol cambiara el sistema de recogida de los enseres domésticos. En vez de llamar a Emaya y solicitar esta recogida, los ciudadanos ahora han de dejar sus trastos en la calle en determinados días y a determinadas horas, en los barrios más densamente poblados una vez a la semana. Esto es sensato, eficiente y, por que se sabe, funciona sin mayor dificultad en muchos lugares del mundo, incluidas muchas ciudades y muchos municipios alemanes. No así en Palma: aquí muchos ciudadanos - entre ellos también extranjeros, algunos de los cuales posiblemente no se hayan enterado del nuevo sistema que al menos al inicio solo fue comunicado en catalán - dejan sus enseres en la calle cuando les da la gana. Y de paso también las bolsas de basura. Y esto desde hace meses.

Neus Truyol responsabiliza de ello a medio mundo excepto a sí mismo: a la administración municipal que le precedió, a una misteriosa mafia empresarial que supuestamente distribuye los enseres por la ciudad e incluso a los mismos ciudadanos, demasiado indisciplinados. Al menos en esto último sin duda tiene razón. Lo que pasa, señora Truyol, es que uno no puede escoger al pueblo que a uno le plazca, y tampoco es posible reeducarlo tercamente. Cuando una estrategia no funciona - sucede continuamente, en todos los ámbitos de la vida - hay que cambiarla y pensar en otra. De lo contrario puede suceder que ese pueblo tan indisciplinado rápidamente termine de expulsarlo a uno del cargo.