Una temporada turística de récord en Mallorca se acaba y un grupo no está contento: los hoteleros. Ello podría resultar sorprendente habida cuenta de que un lleno completo y pagas mínimas a sus empleados deberían haberles posibilitado pingües beneficios. Pero los hoteleros, en opinión de su federación, sufren bajo el impuesto turístico y por ello, sin dar más explicaciones, lo llevarán a los tribunales. Y ello pese a que en una reciente encuesta el 78 por ciento de los habitantes de Baleares se han declarado a favor de este tributo y pese también a que casi no ha habido quejas por parte de los turistas. Al contrario: Muchos visitantes a quienes se les ha preguntado dijeron estar contentos de pagar siempre y cuando el dinero se destine a la protección del medio ambiente. Podríamos ahora encogernos de hombros o incluso mofarnos ante la cerrazón por parte de los hoteleros. Pero no basta: Mallorca necesita urgentemente un debate constructivo sobre el modelo turístico, hoy por hoy para nada sostenible. Y aunque los hoteleros no sean los únicos que evitan afrontar este debate, su postura agresiva ante el impuesto turístico no es otra cosa que hooliganismo político. Es deshonesto convertir a los turistas en rehenes argumentativos de la federación hotelera. Y comienza a ser tedioso tener que volver a explicar por qué este impuesto no es contrario al turismo, por qué puede ser provechoso y por qué podría ser un primer paso hacia una mayor sostenibilidad. Parece que el turista de botellón con la piel ardida que en Magaluf paga sin rechistar ha entendido este concepto mejor que los representantes del sector económico más importante de la isla. En lugar de concentrarnos juntos en controlar que el Govern utilice los 32 millones de euros recaudados de la forma prometida, nos volvemos a encontrar en medio de una discusión que ya debería haberse zanjado hace mucho tiempo.