Los españoles que hoy tienen en torno a los ochenta años mucho han vivido. Criados durante el terror de la Guerra Civil y en la miseria de la posguerra, reconstruyeron el país durante el régimen de Franco y tuvieron que esperar largo tiempo hasta recuperar la democracia. Y en vez de disfrutar de mayores de su merecida jubilación, en la reciente crisis económica les ha tocado como abuelos apoyar a las generaciones más jóvenes, muchas veces en paro, ya sea cuidando a sus niños, acogiéndoles en su casas o compartiendo con ellos su pensión.

El hecho de que muchos de esta generación ahora requieren apoyo, fue negado por el Estado español durante los años de la crisis. Mientras que en Alemania la Ley de Dependencia está pensada para todas las necesidades de los pacientes y destina prestaciones de todo tipo, aquí tuvieron lugar verdaderos dramas: La Ley de Dependencia española no solo se suspendió justo después de implementarse el primer grado, sino que se recortó ulteriormente. Las listas de espera crecieron tanto que muchos dependientes murieron antes de que se decidiera sobre su solicitud. Y a los familiares, en toda España, pero también en las Baleares en gran parte se les dejó solos con unos cuidados que exigen mucho tiempo, trabajo y equilibrio mental .

Que el Consell ahora recupere el terreno perdido y crea un sistema acorde a los tiempos que garantice los cuidados de mayores y frágiles (p. 4-5), no se ha de interpretar tan solo como el cumplimiento de las promesas electorales de la izquierda. El respaldo familiar, más fuertes que en Alemania, no debería servir de pretexto para privar a los mayores de las prestaciones de la Ley de Dependencia, sobre todo porque también la sociedad española cambia y envejece rápidamente. Con la construcción de un sistema de asistencia a domicilio en toda Mallorca no sólo se ahorrarán costes -este tipo de atención suele ser más económico que una plaza en una residencia-, sino que también se crearán nuevos

puestos de trabajo. Y de ello también se beneficiarán los veinteañeros.