Es una curiosa casualidad que justo en esta semana el Teatre Principal haya empezado su temporada de ópera con "Macbeth". El irresistible ascenso del empresario de ocio nocturno Tolo Cursach (Pág. 8) alberga ciertos paralelos con esta obra. Casi creemos estar en el tercer acto. O sea justo antes de que Macbeth empiece a lloriquear y niegue haber provocado el desastre.

A nivel humano el caso es estremecedor. El sufrimiento que el afán de poder de Cursach parece haber llevado a las familias de sus competidores no se puede compensar. Si se demuestran las acusaciones de los últimos días, estamos hablando de uno de los criminales más pérfidos de las últimas décadas. Aún más si se le pueden demostrar homicidio y corrupción de menores.

Ahora bien, que ahora tanta gente diga haberlo sabido todo es un mal chiste. Si así fuera, no reaccionarían con tanta fascinación a cada nueva revelación.

Pero a pesar de las similitudes, es improbable que Cursach sufra una caída tan profunda como Macbeth. No importa que este hombre con una combinación casi icónica de largo pelo blanco, canosa barba y chaqueta de pluma celeste se vea algo cabizbajo en las fotos de su detención. A la larga, se recuperará. Por una parte, porque los mallorquines - como toda sociedad civilizada - adora sus verdaderos gángsters, véase Juan March. En ello también se manifiesta la diferencia con los supuestos peones como Álvaro Gijón: El rey sigue siendo el rey aunque desaparezca su reino. Por décadas, Cursach ha entretenido al pueblo en sus discotecas, ahora lo hace con su historia Por otra parte, Cursach tampoco lo pasaría mal en prisión. No es ni un político corrupto ni un ridículo delincuente ocasional. Él es el jefe. Aunque esto no sea justo. Recordemos: Mientras que la corpulenta mujer siga cantando, no se ha acabado la ópera.