Fueron escenas inquietantes las que a partir del minuto 60 se vieron en un partido de fútbol infantil entre Alaró y Collerense, cuando uno de los jóvenes protagonizó una dura entrada a un rival. Padres que se enfrascaban a golpes, madres que gritaban histéricamente y se increpaban mutuamente € y, en medio niños, que no entendían lo que estaba pasando. El video de 84 segundos grabado en Alaró no deja mucho lugar a interpretaciones: Aquí ha salido a relucir la cara más fea del fútbol. Una cara que no es ajena tampoco a las ligas profesionales del mundo. Allí los participantes se llaman hooligans.

Erupciones de violencia lamentablemente pasan a menudo en el mundo del deporte y, sobre todo, en el del fútbol. Siempre las ha habido, y quienes ahora lamentan de nuevo la decadencia moral de nuestros tiempos, deberían de echar un vistazo al libro "Sportzuschauer" del psicólogo deportivo Bernd Strauß. Allí se habla, por ejemplo, del "comportamiento grosero y perjudicial de grupos de chicos adolescentes y también de mayores". Hechos por los cuales el SV Werder Bremen ya en 1908 pidió ayuda policial. Y ya en la Antigüedad en competencias deportivas había portadores de palos y látigos con derecho explícito a hacer uso de ellos para fustigar a los indisciplinados. En nuestros tiempos, grescas como la de Alaró, gracias a Dios, siguen siendo una excepción.

Una excepción que, por supuesto, hay que sancionar. Los implicados en la trifulca deberán tener motivos para recordar por mucho tiempo aquel vergonzoso domingo de marzo. Duras sanciones económicas serán la mejor manera de garantizarlo. No es justo, sin embargo, que el primer castigo recaiga en los niños y adolescentes que quieren seguir jugando al fútbol. Ellos ahora sufren las consecuencias de la pelea en Alaró. El club ha sacado el equipo infantil de la competición hasta finales de la temporada. Es un castigo colectivo en vez de una sanción individual para el jugador que provocó la batalla campal con su dura entrada. Una señal equivocada.