Basta estar atento a lo que cuentan amigos y conocidos para constatar que el tema del alquiler vacacional está fuera de todo control en

Mallorca. El uno tiene que cambiar de casa, pero evita Palma porque los precios se han disparado en la capital balear. El otro se compra una segunda casa en los alrededores como inversión en el alquiler vacacional. Y en Facebook se comparte la queja de una joven madre a la que rescindieron el contrato de alquiler debido a las expectativas de pingües ganancias con los turistas.

La isla vacacional vive un evidente desequilibrio: los visitantes disfrutan de una oferta cada vez mayor, mientras que los mallorquines y los trabajadores temporales ya casi no encuentran pisos asequibles. La consecuencia no es solo un aumento de la injusticia social. También sube la frustración sobre una isla que parece cada día más saturada y controlada por turistas consumistas y extranjeros solventes. La falta de vivienda y la gentrificación son las dos caras de la misma moneda. La temporada alta todavía no ha empezado y ya es evidente que este tema va a dominar el debate público, incluso más que el año pasado.

Entonces, ¿qué hacer? De los portales de alquiler no cabe esperar mucho. Funcionan según la ley de la oferta y de la demanda y se esconden detrás de palabras de moda como sharing economy. También se podría instar a la responsabilidad de las personas, es decir a los arrendadores. Pero ¿por qué deberían renunciar al dinero fácil si el vecino tampoco lo hace? Queda entonces la administración política cuyo trabajo hasta ahora se agota en anuncios y amenazas y corre peligro de verse sobrepasado por la realidad. No importa que el borrador de la nueva Ley de Turismo parezca equilibrado: el Govern balear ya de cara a esta temporada tendrá que presentar hechos y mirar de reojo a otras zonas afectadas si no quiere vivir un verano caliente.