Ha pasado un año desde que el vicepresidente balear Biel Barceló asegurara a un parlamentario alemán que el "Govern balear no pretende aislarse de España". Y si bien muchos mallorquines -tanto políticos como ciudadanos- salieron a la calle antes del polémico referéndum catalán del 1 de octubre, lo hicieron ante todo por solidaridad con la vecina región. Son pocos los partidarios de la secesión de Cataluña, y qué decir de la de Baleares.

Sí, puede que esto siga siendo así. Pero estos días difícilmente se encontrará a alguien en el Pacte de Govern que lo afirme con la misma rotundidad. Porque al poder central en torno a Mariano Rajoy parece perdérsele cada vez más el sentido del tacto y del talante diplomático. Así quedó demostrado con las cargas policiales dadas por buenas por el Gobierno central el día del referéndum en Cataluña. Y así lo demuestran de nuevo las más recientes intervenciones de Madrid, claro que esta vez no en Cataluña, sino en las islas. O si no, ¿cómo se ha de llamar que el Estado central en cuestión de pocos días dé dos simbólicos golpes a la cara al Govern balear? Y ello precisamente ahora, cuando las discusiones en torno a autonomía y secesión, sobre posible represión y un Estado central que todo lo pretende dominar son más virulentas que nunca? Tanto en la ley de protección animal de Baleares como en el pretendido cambio del modelo energético, Madrid, sencillamente, ha negado a Baleares su capacidad de actuación. Que la central de carbón Es Murterar siga contaminando el aire de la isla, que los toros sigan siendo masacrados en la Plaza, ¡que ya les vale! Y ello pese a que los políticos de la isla, a diferencia de sus colegas catalanes, siguen siendo fieles a la Constitución, pese a que estén dispuestos a ceder en la prohibición total de las corridas de toros y pese a que con el cierre de la central de carbón cumplan con las directrices climáticas de la UE. Los de las islas no son rebeldes como los catalanes. Falta ver por cuánto tiempo más.