Plácidamente cae la nieve, inmóvil y rígido yace el lago ? así reza un conocido villancico alemán. Pero no, no es el caso: 18 grados centígrados, sol y poca probabilidad de precipitaciones, es el pronóstico del tiempo de Aemet. "Adiós, blanca Navidad", suspiran ante todo aquellos residentes extranjeros en la isla que en estos días de fiesta pensaban viajar a sus países de orígen, un plan echado a perder por la quiebra de Niki. "No pasa nada, la Navidad en Mallorca también es bonita", cabría consolarles. Argumentos hay de sobra: quien se queda en la isla, se ahorra no solo el estrés prenavideño en las grandes ciudades alemanes, sino también los pies congelados en la misa del gallo del pueblo y la discusión familiar sobre qué tipo de carne se ha de servir el día de Navidad. Además, los que se quedan no tienen que prescindir de tradiciones navideñas alemanas: en la catedral, como todos los años, se celebrará una misa en alemán y ya casi no queda supermercado en la isla que no ofrezca adornos para el árbol y dulces típicos del Norte.

¿Pero es realmente esto lo que tanto tira a los residentes en la isla hacia sus orígenes? No. Suelen ser cosas únicas, irreemplazables: el encuentro en el mercadillo navideño con los viejos conocidos que en estos días regresan al pueblo, el olor tan familiar del belén, siempre dispuesto en el mismo rincón de la casa paterna, el abrazo con familiares mayores que ya no tienen delante de sí muchas Navidades.

Feliz aquél que haya encontrado todo esto - una heimat ­- aquí en la isla. Todos los demás tienen que desembolsar considerables sumas para cambiar de vuelo o más bien quedarse aquí y sacar partido de ello. No vale la pena amargarse, eso es seguro. Al fin y al cabo, todos nos hemos decidido a vivir en esta isla, lejos de casa. Hay que dar una oportunidad a Mallorca, también en Navidad. Y, quién sabe, quizás así nos acerquemos un poco más a Mallorca.