A la hora de valorar a sus políticos, a muchos mallorquines no les cabe la menor duda: "ladrones" es ya uno de los términos más frecuentes con los que se suele describir a los representantes populares. Un vistazo a las portadas de los diarios, da igual de qué día, parece confirmar esta tesis de la corrupción generalizada: el número de sospechas, detenciones, sentencias es enorme. Hasta cabría pensar que de lo que se aquí se trata es de una predisposición genética que hace a los políticos meter las manos en la caja pública o quedarse con sobres de dinero.

Semejantes juicios, sin embargo, son generalizaciones y además resultan arrogantes. ¿Qué sucedería si los investigadores examinasen las cuentas bancarias de uno mismo como lo hicieron con las de Urdangarin, Matas o Munar? ¿Han sido declaradas todos los ingresos al fisco alemán o español? ¿Son legales todas las ventajas de las que se disfruta? ¿No será que se ha engañado un poquito al seguro? Tan rápido cómo se encontrarían las irregularidades aparecerían también las excusas. ¿Quién no trabaja un poco en negro? ¿Y acaso no se puede recurrir a algún truco fiscal cuando se han de pagar tantos impuestos?

En este sentido, los políticos son un fiel reflejo de todos nosotros, aun cuando actúen a otro nivel y sus infracciones o delitos tengan consecuencias mucho más graves. Y no solo es a los mallorquines hacer un ejercicio de autocrítica, sino también a nosotros, los residentes alemanes, suizos y austriacos. Son muchos los que pasan por alto la obligación de declarar su pensión alemana a la Hacienda española; muchos, los que pagan la factura del taller sin el IVA incluido; muchos, los que no solicitan correctamente la licencia de obras.

Claro que ahora que España está inmersa en una gran operación limpieza, es un buen momento para barrer hacia casa. Al fin y al cabo, no solo los políticos han de dar ejemplo.