Como periodista, no suelo firmar manifiestos o participar en manifestaciones. No porque crea en la objetividad absoluta, sino porque me es cara la independencia de la prensa. En el caso del manifiesto "Salvar la Tramuntana" hago una excepción. Hay temas en los que es importante tomar posición. La protección del medio ambiente es uno de ellos. La Serra de Tramuntana, durante 3.000 años marcada también por la presencia del hombre, es un paisaje cultural que quita el aliento. Personalmente, creo que la costa oeste y norte es lo más hermoso que ofrece Mallorca. Me alegra que la Serra goce de amplia protección y que allí solo se pueda construir de manera muy restrictiva, y no creo que, hoy por hoy, esté verdaderamente masificada. Al mismo tiempo, sin embargo, es indudable que las montañas en los últimos años atraen a cada vez más gente y que se han convertido en el ­escenario de cada vez más actividades de ocio y de deportes. No entiendo cómo se pueden permitir, por lo visto sin reflexionar, carreras como la Ultra Mallorca de este fin de semana y me molesta que la política últimamente publicite de manera masiva la Tramuntana para atraer aún más turistas a la isla, sin ocuparse de las previsibles consecuencias. Por favor, que no se me malentienda: no quiero una zona reservada para los multimillonarios de este mundo, sino un paisaje abierto a todos. A diferencia de los autores del manifiesto creo problemática, por imprecisa, la distinción entre buenos y tradicionales senderistas mallorquines y potencialmente dañinos excursionistas extranjeros. Y, sin embargo, firmaré. En vista de que no dejamos de ser muchos los visitantes y muchos los habitantes de esta isla, la afluencia hacia la Tramuntana ha de canalizarse. Tiene que haber reglas y se ha de vigilar su cumplimiento. No puede ser que todo lo que parezca posible se haga. Y que siempre se busque más y más y más.