A medida que van pasando los años, casi que se ha convertido en un lugar común: Mallorca es un lugar ideal para poner a rodar coches eléctricos. De un extremo a otro de la isla - digamos que de Sant Elm hasta Cala Rajada - son apenas 117 kilómetros. La autonomía de la nueva generación de turismos eléctricos ronda los 150 kilómetros.

Solo que la isla, lamentablemente, es también un buen ejemplo para lo difícil que resulta introducir esta tecnología más sostenible. Ahí está el problema de la estructura de precios: los coches eléctricos siguen siendo algo más caros que los convencionales, hay que alquilar una batería y vaya uno a saber cuánto cuesta un kilovatio de electricidad. Ahí está también el problema de la red de puntos de carga, aún claramente insuficiente. Y ahí está el problema en nuestra cabeza: somos animales de costumbres que mamamos gasolina y no nos gusta complicarnos innecesariamente la vida.

Pero puede que haya llegado la hora de comenzar por esto último, en un sentido muy inmediato: quien se siente al volante de un silencioso BMWi3, un Nissan Leaf o un Renault Zoe, rápidamente se convence de que éste es el futuro. Es más: ya no querrá bajarse. Es aquí donde tiene que entrar en acción Mallorca: ¡Pruebe en nuestra isla un coche eléctrico, ya no querrá prescindir de semejante placer de conducción! Con un despliegue de medios relativamente reducido, la madura destinación turística y sus grandes flotas de coche de alquiler podrían dar un paso de gigante hacia un turismo sostenible y la consiguiente e impagable mejora de imagen. Por supuesto que paralelamente se ha de expandir fuertemente la infraestructura -por eso son una buena noticia las estaciones de carga rápida de Endesa-, y por supuesto todos -empresas de alquiler de coche y hoteleros, concesionarios y eléctricas, Gobierno, entidades públicas y medios de comunicación- tienen que tirar del carro. Pero los tiempos son propicios. Pongámonos manos a la obra.