Es un poco como la intención de querer racionar provisiones que en gran parte ya se han gastado: aunque la actual política del agua del Govern balear sea ejemplar, no deja de ser tardía habida cuenta de que ha llovido tan poco y de que en esta temporada se batirán todos los récords de visitantes. Las desaladoras hubiesen debido repararse y puestas en marcha mucho antes. Las fugas en las tuberías, por donde se escapa un cuarto del agua, eran conocidas. Y que camiones cisterna tengan que abastecer de agua potable a pueblos en la Tramuntana ya en años pasados hubiese debido ser una señal de alarma.

Dejemos en claro una cosa: ni los turistas han de temer que en esta temporada se les cierre el grifo en sus habitaciones de hotel, ni el interior de Mallorca, donde en estos días se ha decretado la primera alerta, se asemeja al desierto del Sáhara. Mallorca tiene rutina a la hora de lidiar con la gran afluencia de turistas en verano, lo que nunca ha sido fácil y siempre ha resultado. Aún hay agua, la isla cuenta con una moderna infraestructura de desalinización de agua marina, y los buques tanque repletos de agua, poco efectivos, pero cargados de simbolismo, son fantasmas del pasado.

No obstante, el actual alarmismo se ve justificado por el hecho de que la situación a medio plazo puede complicarse si también en el próximo semestre invernal llueve poco y los niveles de los acuíferos siguieran cayendo. No es raro que en Mallorca a un año de sequía le siga otra similar. En vista del cortoplacismo que impera en el debate público, toda presión es poca sobre los políticos de la isla para que encaren los problemas con inversiones sostenibles en la infraestructura del agua, con la tramitación de un plan de emergencia balear, con tarifas que animen a ahorrar el preciado líquido. Y no por último tiene su parte positiva que incluso el más

despistado de los turistas se haya enterado de que ahorrar agua en las vacaciones no es mala idea.