Las noticias que llegan desde la costa mallorquina no podrían resultar más dispares. Por una parte, se protege el mar en la zona de Sa Dragonera al suroeste de Mallorca: un importante hito para la conservación de la flora y fauna en el fondo marino (pág. 10). Por otra parte, unas colonias de bacterias detectadas en la bahía de Palma demuestran la mala calidad del agua en esa zona. En el fondo marino ya casi no se aprecia flora y fauna (pág. 11).

La ambigua relación de Mallorca con la protección del espacio marítimo nos lleva tanto a la firme voluntad del Govern de izquierdas de conservar los recursos naturales como a su limitado margen de maniobra y a las negligencias del pasado. La tremenda evolución de la construcción y del turismo en los últimos años contrasta con la falta de planificación en materia de depuradoras. De ahí que la inmundicia de más de un wáter acabe vertiéndose al mar. En toda Mallorca, las depuradoras están operando al límite. Su necesaria renovación solo tiene lugar lentamente o incluso está del todo parada. En Alcúdia la ampliación de las instalaciones ha empezado con casi diez años de retraso. En Can Picafort y Playa de Muro desde hace años se debate sobre una nueva ubicación sin que se vislumbre una salida. Y en Palma hace falta paciencia hasta que haya un verdadero Gobierno en Madrid que desbloquee el dinero de las millonarias inversiones requeridas.

Son estos los problemas los que habrá que tener en cuenta cuando en meses y años venideros se celebre la declaración de nuevas reservas marinas. Solo si se consigue resolver el problema de las aguas depuradas, el Govern de izquierdas se podrá jactar de la protección del mar. Porque la apuesta por nuevas reservas marinas está bien encaminada: son numerosos los proyectos que se están preparando, cuentan con el apoyo de los pescadores locales y tienen como referencia el éxito del Parque Nacional de Cabrera. Claro que en este último los problemas con el agua depurada son mínimos.