A José Ramón Bauzá se le pueden reprochar muchas cosas. Por ejemplo que durante su mandato como presidente del Govern mostró una actitud autoritaria. Que forzó decisiones de forma despótica y contra toda oposición. Que no trató de forma exactamente delicada a sus rivales políticos. Todo esto es indudablemente parte de su legado político. Bauzá dejó una montaña de escombros cuando en verano del 2015 abandonó la presidencia del PP balear y se fue a ­Madrid para ser senador. Y aún así no se merece que sus compañeros del partido lo traten como un leproso que padece de una enfermedad contagiosa.

El hecho que el sábado anunciara su candidatura para la presidencia del partido en Baleares a primera vista parece ingenuo, pero también se podría considerar un paso valiente, un acto de responsabilidad que merece respeto. Después de todo, Bauzá comienza de cero, su popularidad está por debajo de la de un tratamiento de raíz en el odontólogo. Pero que por esto no le dejen entrar en la sede del partido en Palma y deba hacer su rueda de prensa en las escalas debajo de La Seu (pág. 6) no es exactamente una muestra de grandeza por parte de los líderes populares.

También las flechas envenenadas que esta semana se le disparan desde Madrid son sorprendentemente cortantes y hirientes. El PP hasta ahora no era conocido por ser un partido en cual cada uno le canta su opinión al viento.

¿Y quién sabe? Tal vez José Ramón Bauzá, con el tiempo y la distancia, realmente ha aprendido de sus errores, como el mismo afirma. En este caso no sería mala opción para el cargo de presidente de Govern a partir del año 2019. Porque el hecho de que en tiempos difíciles consiguió bajar los índice de paro y controlar el déficit indudablemente también forma parte de su legado.