Para llegar o abandonar el aeropuerto de Palma sin contar con un vehículo propio, en principio, existen tres alternativas: coger un taxi, alquilar un coche o acudir al transporte público. Pero mientras que en otros aeropuertos los pasajeros pueden cambiar rápidamente del avión al tren o al autobús, en el caso de Son Sant Joan se requieren paciencia y conocimientos del lugar. El autobús de la EMT que a los extranjeros cobra ya 5 euros avanza lentamente por entre los atascos del centro hasta la estación intermodal. Ante esta perspectiva, no solo turistas prefieren tomar un taxi.

El aeropuerto, en todos los sentidos, hasta ahora se ha dejado a los coches. Desde que hace seis años se abandonara el proyecto de un tranvía que debería haber conectado Son Sant Joan con el centro y la Playa de Palma, nada se ha avanzado. Tanto más es de saludar la iniciativa del Govern de habilitar líneas de autobús directas desde el terminal hasta los lugares turísticos de la costa durante la temporada alta. Es incluso valiente en vista de que el Govern no puede ganar votos con ello. Los cerca de un millón de turistas que se beneficiarán no votan en Baleares. Y los taxistas representan un lobby que hará mucho ruido. Da igual si se trata de cambios de paradas o de un carril bici en las Avenidas, de una reforma de los turnos o de la "competencia desleal" en forma de bicitours en la Playa de Palma: los taxistas en la mayoría de los casos han acabado imponiendo su voluntad a punta de desfiles de coche y bocinazos.

Este grupo de interés abusa del concepto de la competencia desleal para desacreditar reformas que en el mejor sentido de la palabra apuntan al bienestar público. Sin duda, también los puestos de trabajo de los taxistas son un argumento importante. Pero aparte del hecho de que en Mallorca, como es sabido, hay turistas para todos, los argumentos para las nuevas líneas pesan bastante más - por el servicio que se presta al turista, por la libre competencia y por la sostenibilidad.