Rafael Nadal, quien el domingo en el Open de Australia sucumbió por poco ante su amigo Roger Federer ya ha sido oficialmente embajador de Mallorca. Al de por sí millonario jugador de tenis, bajo el segundo Govern de Jaume Matas (2003-2007) se le pagaron millones para promocionar la isla en el exterior. Al igual que tantos otros desembolsos de aquella época fue dinero tirado por la ventana porque a

Nadal no hace falta pagarle por esto. En toda retransmisión, en todo artículo se suele mencionar que quien hoy tiene 30 años viene de Mallorca. Esto se llama presencia de marca gratuita y encaja bien con el hecho de que Nadal esté arraigado en la isla y se sienta en casa precisamente en aquella ciudad en la que Mallorca es menos vacacional. También la circunspección y la discreción con la que actúa la familia Nadal, convertida en un factor económico local, se hacen muy mallorquinas.

A ello, por supuesto, se suman las cualidades individuales que han hecho de Nadal uno de los mejores tenistas de todos los tiempos: una descomunal fuerza de voluntad, férreos nervios, capacidad de concentración, velocidad de reacción. Son estas cualidades mentales, casi más que su maltrecho físico, las que posibilitan a jugadores de élite como él rendir al máximo durante tres o más horas. Bajo la dirección de su tío y entrenador Toni, Nadal se ha forjado en ello durante muchos años de duro trabajo. Su carrera se fundamenta en virtudes tan acreditadas como la aplicación y la disciplina, virtudes que si bien no garantizan el éxito sí le son imprescindibles.

Y con esta actitud Rafael Nadal y el cinco años mayor Roger Federer el domingo pasado lograron responder al menos por un tiempo a un interrogante existencial para los deportistas de su talla: ¿Cuándo es el mejor indicado para retirarse? Muchos ya no daban un céntimo por estos dos. Ahora están de regreso, con humildad. Chapeau.