La expresión ´victoria pírrica´ parece describir de la manera más acertada el resultado de la queja de un turista alemán ante Bruselas. Tan solo formalmente ha conseguido su objetivo: los residentes y los visitantes en un futuro deberán pagar lo mismo por la atracción turística del Tren de Sóller. Ello de poco le servirá a los turistas: el trencito entre Palma y Sóller no les saldrá más barato, sino que los residentes deberán pagar más. Pero sobre todo se vuelven a alimentar los prejuicios de no pocos mallorquines sobre los alemanes sabiondos que ya de por sí se están apoderando de la isla. Las redes sociales están llenas de comentarios de odio. Y también la Unión Europea aparece una vez más como un monstruo burocrático alejado de los ciudadanos.

Y eso que la directiva antidiscriminación de la UE dejaría margen para una aplicación flexible en la que ni siquiera habría que recurrir al argumento de que el nivel salarial de los pobres isleños es menor al de los visitantes extranjeros. Así, por ejemplo, se podría aducir que el tradicional trencito se beneficia de que los lugareños tengan un incentivo financiero para montarse en él y así no pierdan el vínculo emocional con esta histórica conquista que trajo el desarrollo económico al valle de las naranjas y hoy ya casi exclusivamente transporta turistas. Los isleños, además, también se suelen subir al tren cuando en invierno la mayoría de los hoteles están cerrados. Asimismo, la históricamente mala conexión de Sóller con el resto de Mallorca podría justificar un descuento de residente. Son todos argumentos que la directiva europea da de sí o al menos insinúa.

Por su parte, aquellos lugareños que aprovechan la reprimenda de Bruselas para hablar mal de los turistas harían bien en reflexionar sobre cómo habría acabado su trencito sin los millones de turistas. El mantenimiento de este último resquicio de la antes rica herencia ferroviaria y de tranvía en Mallorca, al fin y al cabo, es caro. Al menos los visitantes están dispuestos a pagar por ello.