La controvertida carta del empresario alemán Ralf Becker y de docenas de propietarios alemanes dirigida a la presidenta del Govern Balear, Francina Armengol, destapa un delicado punto de tensión en la por lo demás bastante harmoniosa relación entre alemanes y mallorquines. Consiste en que muchos extranjeros que no residen en la isla perciben una realidad muy distinta a la de los ciudadanos radicados en Mallorca. Sus puntos de vista se ven muy influenciados por las circunstancias de su país de origen. Mallorca es „únicamente" su segunda o tercera residencia que les proporciona un magnífico entorno donde disfrutar de su estilo de vida alemán.

Esto ya ocurría antes del coronavirus y de por sí no es nada malo. Sin embargo, sí crea un conflicto cuando la percepción de la propia realidad se establece como la única válida y se ignora a la de la población local. En este caso, en concreto, se ha de entender que la pandemia en España (y Mallorca forma parte de España) tiene una magnitud totalmente distinta y es en muchos sentidos más amenazante que en Alemania, tanto desde el punto de vista sanitario como desde el económico.

Aquí los ciudadanos todavía tienen muy presente la pesadilla que supuso la crisis económica de los años 2008-2013, y aquí no se dispone de grandes colchones financieros. Sostener que esto cambiaría si extranjeros ricos pudieran volver a pisar sus mansiones y campos de golf, creando puestos de trabajo, es cuestionable. Obviamente, los empresarios y propietarios extranjeros están en su derecho de defender y reclamar sus intereses. Solo que, más aún en los tiempos que corren, hay que tener tacto para que esta relación no salte por los aires. O, dicho de otro modo: mostrar empatía.