Los críticos –a menudo, pero no exclusivamente, de la izquierda ecologista– llevan años reclamando el cambio de modelo turístico en Mallorca. Hacia una mayor diversificación y sostenibilidad, hacia más calidad y menos cantidad. A más tardar desde que la covid por las malas dejara en claro lo dependiente que es la economía de la isla del sector turístico – y lo vulnerable que se vuelve con ello–, esta postura es compartida por (casi) todos.
Pero hasta ahora no eran más que palabras. El borrador de la nueva ley de Turismo presentado por el Govern (pág. 8), por contra, parece ser un marco sólido para el cambio. La normativa obliga literalmente a los hoteleros a actuar de forma más respetuosa con los recursos y el medio ambiente y a tratar bien a sus empleados. Sin embargo, el turismo en Mallorca, como sabemos, es mucho más que hoteles. Abarca todo el negocio estacional, desde restaurantes y discotecas hasta tiendas de souvenirs, empresas de alquiler y proveedores de actividades de ocio, y en todas partes queda mucho por hacer, tanto en términos de sostenibilidad como de cumplimiento de la legislación laboral.
Así, no cabe hablar de turismo ecológico y respetuoso, y menos alardear de ello. Las preguntas estratégicas cruciales siguen sin respuesta: ¿Cuánto turismo es bueno para Mallorca? ¿Cuántas viajeros de un medio de transporte contaminante como el aéreo son asumibles? La nueva ley no representa un cambio de paradigma, como sostiene Francina Armengol. Pero es un primer y ambicioso paso en la dirección correcta.