La sangría estadística de alemanes afianza su sociedad paralela en esta isla. A municipios como Andratx o Santanyí en cuatro años se les ha perdido cerca de la mitad de sus ciudadanos germanos. Claro que ello es relativo: la mayoría de los "desaparecidos" sigue pasando la mayor parte del año en Mallorca. Son sobre todo autónomos y jubilados, no tanto los empresarios y empleados, que difícilmente pueden obviar el empadronamiento, los que se han dado de baja en el Ayuntamiento para ahorrarse impuestos. Esta despedida aumenta el factor X con el que se ha de multiplicar el número de ciudadanos federales empadronados para así poder estimar aunque sea de manera aproximada cuántos alemanes viven realmente en Mallorca. En vez de dos, el factor ahora seguramente será tres o cuatro o cinco. Nadie lo sabe con certeza.

No hace falta un juicio moral de todo ello: en nuestros sistemas fiscales casi todos intentan incrementar sus beneficios personales buscando aprovechar al máximo todos los recohuecos, todas las posibilidades que les brinde la legislación. No darse de alta, pese a estar obligado a ello, es uno de estos trucos. El problema surge en el ámbito colectivo. Quien no se empadrona en el Ayuntamiento, no es un ciudadano de ese municipio. Para la administración local esto supone una considerable pérdidas de ingresos. Los ciudadanos de la UE que no se registran, además, se marginan ellos mismos de la participación política: quien no está empadronado, no puede votar. Y quien no paga sus impuestos y no vota, nada tiene que alegar: no pertenece realmente a esta isla.

Muchos afectados dirán ahora que han sido empujados a darse de baja por la ciertamente arbitraria obligación de declarar el patrimonio en el extranjero o unos impuestos sobre la sucesión y el patrimonio que consideran desorbitados. Pero esto no vale: en una sociedad democrática, uno no puede escoger tan solo lo que más le convenga y no acatar las demás reglas.