No es que no se mueva nada en absoluto: un municipio informa de los módulos solares que se están instalando en los techos de los edificios públicos. Otro ayuntamiento ahorra energía renovando el alumbrado público. Y el Govern balear ha incluido en su flota algunos coches eléctricos. Todo ello son buenos ejemplos cuando los políticos quieren demostrar que no se quedan con los brazos cruzados en la lucha contra el cambio climático. Pero también son ejemplos que demuestran la falta de una verdadera estrategia y la nula prioridad que tiene la política energética en las Islas Baleares y, de manera aún más dramática, a nivel nacional.

Y eso que el cambio climático avanza a grandes pasos (p. 10). Sube el nivel del mar, suben las temperaturas, cada vez cae menos lluvia: los estudios presentados son razón suficiente para tomar en serio las consecuencias. Aun teniendo en cuenta el margen de error de los

pronósticos y los distintos escenarios posibles, el rumbo está claro: ya no trata de si habrá cambio climático, sino de qué tan graves serán las consecuencias y cuáles respuestas hará necesarias.

Preocupa sobre todo el hecho de que el debate sobre el fenómeno en la sociedad española casi solo tenga lugar en la intimidad. Quién no esté suscrito a los tweets de la dirección competente en la conselleria de Energia, apenas se entera de sus actividades - y de la poca libertad de acción a nivel regional. La presentación de la primera verdadera casa pasiva en Mallorca causó poca resonancia (p. 11). Y a nivel nacional, el cambio climático se ha perdido del todo de vista. Los presupuestos, las pensiones, Cataluña - los problemas sobran, y ello difícilmente cambiará con el futuro gabinete ministerial. Y al poderoso lobby energético no le viene nada mal que todo siga tal cual. Mientras que el Gobierno central no ponga los fundamentos, nos quedaremos con muchos, pero al fin y al cabo poco efectivos símbolos.