En entrevistas y en conversaciones muchos ucranianos enfatizan cuánta gente les está ayudando. Enseñan fotos de los alojamientos de refugiados en diferentes sitios de Europa, cuentan de donaciones y de voluntarios que en la frontera entre Polonia y Ucrania ofrece llevar a los refugiados a diferentes países. A lo mejor, se tienen que concentrar en el lado positivo de esta crisis para no desesperar de preocupación por la suerte de sus amigos y familiares. Que se les esté ayudando cuando más lo necesitan, en todo caso, ya ahora significa mucho para ellos y seguramente les quedará en la memoria.
Hasta ahora ha sido fácil ser solidario: manifestarse en la calle o en las redes sociales, donar comida, medicina o dinero. Algunos ofrecen también alojamiento para refugiados, aunque por supuesto en una isla con un precio de vivienda tan elevado no todo el mundo tiene esta posibilidad.
Pero ahora llega el momento en el que la solidaridad se pone a prueba. Porque la solidaridad también puede doler. Los precios del gas y la energía ya están en máximos. En Mallorca, las tarifas de la luz, diariamente actualizadas, son casi diez veces más altas que hace un año y un 90 por ciento más caras que al principio de la guerra hace dos semanas. Y van a seguir subiendo. Para que la solidaridad no acabe siendo una anécdota del principio de la crisis, tenemos que perseverar y seguir manifestándonos en contra de la guerra. Aunque eso signifique apagar las luces para ayudar a Ucrania.