Vereinfacht ausgedrückt, gründen die Beziehungen zwischen Deutschen und Spaniern auf Mallorca auf einer ungeschriebenen geschäftlichen Abmachung: Ihr lasst uns an den Reizen dieser Insel teilhaben, wir lassen hier unser Geld. Politik ist allenfalls Hintergrundmusik. Die meisten deutschsprachigen Residenten kümmern die Machtverhältnisse auf der Insel wenig. Doch die Haltung, dass uns das alles nichts angeht oder angehen darf, ist falsch.

Seit langem schon vermag die balearische Politik keine gesellschaftlichen Impulse mehr zu setzen. Es fehlt an Ruhe, an Kompetenz, an Weitsicht. Entwicklungen werden verschlafen, Chancen versäumt, wichtige Projekte auf dem Altar persönlicher oder parteipolitischer Interessen geopfert. Für den wichtigsten Wirtschaftszweig, den Tourismus, war die Ineffizienz der Politik lange ein Ärgernis, doch mittlerweile ist ihre Unfähigkeit, mit sich selbst und den Anforderungen einer modernen Gesellschaft klarzukommen, zu einer Gefahr herangewachsen. Wir hängen alle mit drin, wenn Mallorca im Wettbewerb mit anderen Reisezielen Einbußen erleidet und wenn unsere Steuergelder in dunklen Kanälen verschwinden. Mit Verlaub, wir finden das alles nicht so toll.

Andererseits schöpfen wir Hoffnung. Skandale ereignen sich nur dann, wenn unsaubere Machenschaften an die Öffentlichkeit gelangen, und das ist etwas Positives. Der Absturz der Regionalpartei Unió Mallorquina ebenso wie die anstehende gerichtliche Aufarbeitung der Korruptionsskandale der vorherigen konservativen Regierung lassen erwarten, dass eine ganz bestimmte Art von Politik – und eine ganz bestimmte Art von Politiker – es heute nicht mehr so leicht hat.

Aber wäre es nicht auch an der Zeit, den nächsten Schritt zu tun und so etwas wie eine funktions­fähige Regierung zu bilden? Sollte man nicht allmählich das politische Manövrieren, das auf taktischen Machtspielchen beruht und nicht auf Inhalten, hinter sich lassen? Könnten sich – man möge uns so viel Naivität verzeihen – die wichtigen Kräfte der Insel nicht im Interesse des Gemeinwohls einigen? Insulaner mögen sagen: Unvorstellbar. Andererseits scheint 2010 ein gutes Jahr für unvorstellbare politische Vorgänge.

No, que no nos puede dar igual

Dicho de forma simplificada, las relaciones entre alemanes y españoles en Mallorca se basan en un acuerdo comercial: vosotros nos dejáis disfrutar de los encantos de la isla y nosotros dejamos aquí el dinero. La política es música de fondo, como mucho. A la ­mayoría de los residentes de habla alemana, las relaciones de poder en la isla les importan bien poco. Pero la actitud de que todo esto no nos importa o no nos ha de importar es un error.

Desde hace tiempo, la política balear ya no consigue dar impulsos a la sociedad. Falta sosiego, falta capacidad, falta visión. Se pierde el tren de las nuevas tendencias, se desaprovechan oportunidades y se sacrifican proyectos importantes en el altar de los intereses personales o partidistas. Para el turismo, el sector más importante de la economía, la ineficacia de la política durante mucho tiempo ha sido un estorbo, ahora su incapacidad de aclararse y de responder a las exigencias de una sociedad moderna ha llegado a representar un peligro. Todos nos vemos afectados cuando en la competencia con otros destinos Mallorca se queda atrás y cuando nuestros impuestos desaparecen como por arte de magia. Con permiso, estamos preocupados.

Por otra parte, vemos motivos para la esperanza. Los escándalos sólo estallan cuando los negocios turbios salen a la luz, y esto es algo positivo. El desmoronamiento de Unió Mallorquina y el inminente procesamiento judicial de los escándalos de corrupción ocurridos durante el anterior Govern conservador abren la expectativa de que una determinada forma de la política –y un determinado tipo de político– ya no lo tengan tan fácil.

¿Pero no sería ya la hora de dar otro paso y formar algo así como un Govern en condiciones? ¿No se deberían dejar atrás las maniobras políticas que se basan no en contenidos, sino en consideraciones meramente tácticas? ¿No podrían las fuerzas vivas de la isla –y que nos perdonen tanta ­inocencia– ponerse de acuerdo en el interés del bien común? Quizás un isleño diga: inimaginable. Pero el 2010 parece ser un buen año para acontecimientos políticos hasta hace poco inimaginables.