Hasta ahora solo fueron cifras: sobre el desplome del crecimiento, las solicitudes de ERTE, la reducción de la actividad. Ahora, sin embargo, se comienza a ver claro qué es lo que significan: una emergencia social como no ha habido en décadas en Mallorca. Tal y como describe un artículo de nuestro compañero Ral Petzold y como también se puede constatar en los apuntes de facebook de la associació Tardor, la situación ya ahora es dramática. Hoy por hoy, hay gente en la isla que no sabe qué comer mañana.

Y esto seguirá empeorando. El motor laboral del turismo, si acaso, solo arrancará tarde y mal este año. Allí donde aún existan reservas y ahorrros, pronto se agotarán. La construcción de una red de protección con ayudas públicas tardará, y aun cuando avance, tan solo se tratará de unos pocos cientos de euros por afectado. Quizás suficientes para no morirse de hambre, pero insuficientes para no acabar en la calle. El estado de bienestar español no es ni de lejos tan completo como el alemán.

Solo queda entonces la solidaridad, entendida no como consigna, sino como ayuda efectiva y real. A pequeña escala: socorrer al amigo, conocido, vecino o empleado en dificultades. A una un poco mayor: construir junto a otros ciudadanos redes locales de ayuda que puedan proveer donaciones y alimentos. Y, por último, allí donde sea posible: donar, a título privado, sumas realmente considerables a proyectos de mayor envergadura. Los alemanes de la isla estamos llamados especialmente a ello, más aún después de que nuestro tribunal constitucional acaba de entorpecer las ayudas europeas aduciendo que ha de proteger a sus propios ahorradores.