La historia se repite. Al menos en Mallorca. El debate sobre una venta masiva del patrimonio inmobiliario de la isla ya se produjo hace 25 años. A los mallorquines casi les daba pánico perder su isla a manos de alemanes ricos en un momento en que la moneda común, el euro, estaba a la vuelta de la esquina y los tipos de interés eran bajos. Algunos los percibían como langostas que descendían sobre Mallorca, golpeando especialmente en las zonas rurales. Los lugareños estaban aterrorizados y discutían sobre cuánta tierra se podía ceder a los alemanes sin ser dominados por ellos.
Hoy en día, los mallorquines se ven de nuevo acosados por el gran interés de los compradores extranjeros de inmuebles. Muchas familias no pueden permitirse un piso con sus bajos sueldos debido a la fuerte subida de precios de los últimos años. El interés por la isla ya no se limita a los países de habla alemana. Media Europa está comprando una segunda residencia en la isla.
El debate sobre la restricción de la venta de propiedades a los no residentes también tuvo lugar hace 25 años. Pero entonces la posición de partida era diferente. A partir de 1999, el Govern dominado por los socialistas convirtió grandes cantidades de suelo edificable en zonas verdes y así frenó elegantemente el avance de las excavadoras, sin tener que exigir restricciones o prohibiciones en las ventas. Desde la perspectiva actual, se trata de una cuestión de doble filo: sin duda, la mayor concienciación sobre la protección del paisaje hizo un bien a la isla y a su atractivo, pero, por otro lado, la falta de suelo edificable hoy en día es principalmente un problema para la población local.