Pünktlich zur Karwoche zieht jetzt sogar das schöne Wetter auf Mallorca ein. Nach zwei Jahren Corona-Auf-und-Ab hofft die Insel auf eine gute Urlaubssaison. Die Anzeichen dafür lassen sich wie an einer Perlenschnur aneinanderreihen: die für diesen frühen Zeitpunkt im Jahr große Anzahl geöffneter Hotels und ihre hohe Auslastung in den Osterferien, die damit einhergehenden guten Arbeitsmarktzahlen, die vielen, größtenteils ausgebuchten Flugverbindungen dieser Tage, die hohe Anzahl an Buchungen für den Sommer. Die sonnenentwöhnten Deutschen, Briten, Skandinavier sind wieder da, an der Playa de Palma eröffnen erneut die großen Vergnügungslokale, und die Lufthansa schickt zu Ostern sogar einen Jumbo-Jet mit einer Extraportion Urlauber.

Es läuft also gut an: Die von der Tourismuswirtschaft so abhängige Insel braucht das Geschäft. Und wenn sie dann auch noch darauf achtet, dass dieses Geschäft umwelt- und sozialverträglicher gestaltet wird, ist sie auf dem richtigen Weg. Dazu gehört die effektive Reduzierung der Bettenkapazität, dazu gehören die Selbstverpflichtungen der Partybranche, dazu gehören Einschränkungen, um die Natur - und vor allem die Strände - besser vor dem Ansturm der Besucher zu schützen.

So könnte es also weitergehen – Betonung auf könnte. Denn zugleich geben der Krieg in der Ukraine sowie seine menschlichen und wirtschaftlichen Auswirkungen weiter großen Anlass zur Sorge. Wie bei allen anderen weltweiten Krisen gilt: Es ist ein Trugschluss zu glauben, dass Mallorca unter diesen Bedingungen lange eine Insel der Glückseligkeit bleiben kann.

Muchas esperanzas y una gran preocupación

Justo a tiempo para la Semana Santa, incluso el buen tiempo se traslada a Mallorca. Tras dos años de altibajos por la pandemia, la isla espera una buena temporada turística. Los indicios de ello pueden engarzarse como un collar de perlas: el gran número de hoteles abiertos ya a estas alturas del año y sus elevadas tasas de ocupación en las vacaciones de Semana Santa, las buenas cifras del mercado laboral que esto conlleva, los numerosos vuelos sin casi plazas libres de estos días, el elevado número de reservas para el verano. Vuelven los alemanes, británicos y escandinavos ansiosos de sol, reabren los grandes locales de ocio en la Playa de Palma y Lufthansa incluso envía un Boeing 747 con una ración extra de turistas para Semana Santa.

Así que las cosas están empezando bien: la isla, tan dependiente de la industria turística, necesita el negocio. Y si, además, se ocupa de hacer que este negocio sea más compatible con el medio ambiente y la sociedad, va por buen camino. Esto incluye, por ejemplo, la reducción efectiva de las plazas turísticas, los compromisos adquiridos por la industria del ocio y las restricciones para proteger mejor la naturaleza de la avalancha de visitantes.

Por lo cual, todo ello bien podría seguir así. Con el énfasis en podría. Porque, al mismo tiempo, la guerra en Ucrania y su impacto humano y económico siguen siendo motivo de gran preocupación. Como en todas las demás crisis mundiales, es una falacia creer que Mallorca en estas condiciones pueda ser por mucho tiempo una isla de la felicidad.